Regocijaos en el Señor siempre. Otra vez os digo: regocijaos! Vuestra gentileza sea conocida de todos los hombres. El Señor está cerca. Por nada estéis afanosos, sino sean conocidas vuestras peticiones delante de Dios en toda oración y ruego, con acción de gracias” (Filipenses 4:4-6).
A veces llama la atención que la gente del mundo parezca estar más alegre que los cristianos. Es verdad que esa alegría del mundo es temporal y vana; también que el cristiano está sometido a diversas pruebas y sufre una presión espiritual fuerte, ya que a Satanás le molesta especialmente que hayamos reconocido a Jesús como el Señor.
Sin embargo, ¿dónde queda nuestra fe? Cuando no es por la crisis, es por la enfermedad, y cuando no la enfermedad, otro problema es el que nos mantiene débiles, entregados a la queja y lejos del gozo del Señor. Es verdad que Dios ha proveído un tiempo para cada cosa: “tiempo de llorar y tiempo de reír” (Eclesiastés 3:3). Y el sufrimiento tiene su objetivo.
Pero la voluntad de Dios es que nos regocijemos y que le presentemos nuestros afanes, no que vivamos en un estado permanente de angustia, haya pruebas o vayan bien las cosas, nos persiga algo del pasado o estemos tranquilos.
Nos hablan de crisis, de enfermedades y de problemas incontrolables por la fuerza individual o colectiva del hombre. De una presión grande que lo atenaza y lo aplasta haga lo que haga. Sin embargo, cualquier persona que lleva a Cristo en su corazón debe recordar que tiene la mejor excusa para estar gozoso y luchar:
“Por lo cual estoy seguro de que ni la muerte, ni la vida, ni ángeles, ni principados, ni potestades, ni lo presente, ni lo porvenir, ni lo alto, ni lo profundo, ni ninguna otra cosa creada nos podrá separar del amor de Dios, que es en Cristo Jesús Señor nuestro” (Romanos 8:39)