Muchas veces no podemos concebir el propósito que Dios tiene para nuestra vida. Confundimos a veces la voluntad de Dios para nuestras vidas con nuestra necesidad de realización personal.
Lo cierto es que todo el mundo busca una o más razones para vivir y para estar aquí. Pero los cristianos sabemos que nuestra vida no termina con la muerte, que somos salvos por gracia y por el sacrificio de Jesús en la cruz. Es por eso por lo que Dios ha preparado la eternidad para nosotros y por lo que su propósito no se limita a nuestras fuerzas físicas.
Si nos fijamos en las Escrituras, vemos que el propósito de Dios no está limitado por el tiempo de nuestra vida en la tierra. En Mateo 25:23, leemos en la Parábola de los Talentos que el señor le dice a su siervo: «Bien, buen siervo y fiel, en lo poco fuiste fiel, sobre mucho te pondré; entra en el gozo de tu señor».
El propósito de Dios continúa en la eternidad
Esto nos da a entender que el propósito de Dios para nosotros no es una cosa que solamente dure mientras estamos en este mundo. Más bien, debemos pensar que él nos ha dado ahora unas responsabilidades, pero que si somos fieles, en la eternidad nos dará otras, quizás en base a lo que aprendimos y a nuestra fidelidad.
Cuando intentamos llenar nuestra vida con cosas ajenas al propósito de Dios, nos damos cuenta de que no producen el fruto deseado. El objetivo de la vida no puede ser ganar dinero, acumular posesiones, sumar placeres o cualquier otra cosa de carácter temporal, porque nos damos cuenta de que estas cosas no tienen valor por sí mismas.
Todo lo que tenemos y disfrutamos en esta tierra no es nuestro, es por gracia. De la misma manera en la que Dios nos lo ha dado, en algún momento nos lo va a quitar. Como ocurre también en la Parábola de los Talentos, los siervos devuelven al señor no sólo los talentos que han ganado, sino también los que les había dado en un principio.
Todo lo que hemos recibido debemos usarlo para la gloria del que nos lo ha entregado. «De gracia recibisteis, dad de gracia» (Mateo 10:8). En la Parábola de los Talentos, los siervos no son dueños de los talentos que han recibido, sino tan sólo los administradores. Deben utilizarlos y tratar de aumentarlos, pero sabiendo que no son suyos y que los tienen que devolver al señor para el que trabajan.
Es por eso por lo que Dios no admite que cojamos nuestro talento y lo escondamos en tierra. Porque si él nos lo ha dado, es para utilizarlo. Pero al esconderlo en tierra por miedo a perderlo, no estamos obrando por fe, no estamos compartiéndolo con los demás, estamos guardándolo de manera egoísta sólo para nosotros.
El propósito de Dios: para alabanza de su gloria
Hemos visto que el propósito de Dios para tu vida va mucho más allá de lo que el mundo entiende como «realización personal».
El propósito de Dios es mucho más que una carrera profesional, una aspiración económica o una posición de reconocimiento a los ojos de este mundo. De otro modo, tendríamos que pensar que las personas que no logran fama, dinero o posesiones no han logrado desarrollar el propósito de Dios en sus vidas. Pero no es así.
La Biblia nos habla del propósito de Dios para el hombre en términos de «glorificar a Dios».
«A fin de que seamos para alabanza de su gloria, nosotros los que primeramente esperábamos en Cristo».
(Efesios 1:12)
Podemos vivir para alabanza de la gloria de Dios de muchas formas. Pero lo primero que hay que tener claro es que el propósito de Dios en mí no consiste en que yo sea el protagonista, sino en que Dios reciba la alabanza.
Por tanto, puede darse el caso de que las personas no consigan grandes logros a nivel humano, pero sí se haya cumplido el propósito de Dios para ellos. Y que personas que han alcanzado grandes logros a nivel humano, en cambio hayan vivido de espaldas a la voluntad de Dios.
«Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo» .
(Filipenses 1:6)
Si tenemos a Cristo en nuestro corazón, el Espíritu Santo nos llevará una y otra vez a que le rindamos todo. A que seamos conscientes de que no se trata de nosotros, sino de él.
Él es el Señor de los talentos y Él es el que los ha dado para que los utilicemos para él, no para nosotros.