“Permaneced en mí, y yo en vosotros. Como el pámpano no puede llevar fruto por sí mismo, si no permanece en la vid, así tampoco vosotros si no permanecéis en mí. Yo soy la vid, vosotros los pámpanos; el que permanece en mí y yo en él, éste lleva mucho fruto; porque separados de mí nada podéis hacer” (Juan 15:4-5).
Jesús nos muestra mediante esta metáfora que desde el momento en el que nos hacemos sus discípulos nuestra vida está unida a la suya. Empezamos a formar parte de él. Ha habido un cambio de naturaleza en nosotros porque hemos muerto al pecado y Jesús vive en nosotros..
Ya no servimos para el mundo. Por mucho que a veces podemos tener la tentación de buscar las cosas del mundo, y por mucho que a veces podamos entristecer al Espíritu Santo, volviéndonos tibios, la obra de Cristo permanece. No tenemos que convertirnos todos los días. Jesús sólo quiere que vivamos y renovemos con una fe genuina lo que ya ha sucedido, si nos hemos entregado: el nuevo nacimiento.
Toda tentación del mundo está orientada a derribarte. Toda obra del diablo está orientada a hacerte daño y a que niegues a Cristo. Ni un solo gramo de aparente felicidad que se te ofrezca fuera de Cristo es algo más que un espejismo. La obra de Satanás es retorcida y cruel. Pero Jesús ya le ha vencido y pagó por ti en la cruz para limpiarte de tus pecados. Por mucho que busques, todo lo demás es vanidad.