Hermanos míos, no os hagáis maestros muchos de vosotros, sabiendo que recibiremos mayor condenación.
Porque todos ofendemos muchas veces. Si alguno no ofende en palabra, éste es varón perfecto, capaz también de refrenar todo el cuerpo.
He aquí nosotros ponemos freno en la boca de los caballos para que nos obedezcan, y dirigimos así todo su cuerpo.
Mirad también las naves; aunque tan grandes, y llevadas de impetuosos vientos, son gobernadas con un muy pequeño timón por donde el que las gobierna quiere.
Así también la lengua es un miembro pequeño, pero se jacta de grandes cosas. He aquí, ¡cuán grande bosque enciende un pequeño fuego!
Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno.
(Santiago 3:1-6)
El problema de la lengua
En este texto, Santiago nos habla sobre los peligros de la lengua en un sentido amplio.
Muchas veces se utiliza este texto únicamente para explicar que los cristianos deben controlar su lenguaje y evitar los tacos, insultos y palabras vanas que no edifican, pero Santiago va todavía más allá de esto y conviene profundizar en ello.
Visto desde esta perspectiva, el autor nos está hablando primero sobre la responsabilidad de los maestros (3:1), sobre todas las personas que hablan y enseñan a otros. Las palabras pueden tener una repercusión enorme, de las que ni siquiera somos conscientes.
El texto tampoco nos está hablando únicamente sobre la lengua. La lengua, como un órgano que utilizamos para el habla y para alimentarnos, es un instrumento creado por Dios para nuestro bien y para la edificación del otro. El problema no es la lengua como órgano, puesto que no es independiente, sino la mente y el corazón que ordenan a esa lengua decir esto o aquello.
Cuando leemos «si alguno no ofende en palabra, es varón perfecto» (3:2), no nos está diciendo únicamente que si dejamos de pecar de palabra ya somos perfectos. De hecho, podemos pecar con el pensamiento, o con las manos (para robar o matar), aunque la lengua ahí no intervenga para nada.
Esto nos hace pensar que Santiago está hablando de algo más profundo que el tipo de palabras que decimos, aunque también sea aplicable a esto. Cuando se nos habla de «la lengua», se nos está hablando de nuestra capacidad como humanos de tener pensamientos y traducirlos en acciones.
La lengua habla de la abundancia del corazón
De algún modo, Santiago nos está dejando claro que la lengua es mucho más que el tipo de palabras que decimos. Es la capacidad de hablar, nuestra racionalidad, nuestro corazón, del que la Biblia nos dice que surge la maldad.
Hay que interpretar entonces que sólo podemos ser «varón perfecto» cuando hemos dominado la mente y el corazón.
Jesús dice en Mateo 15:19:
Porque del corazón salen los malos pensamientos, los homicidios, los adulterios, las fornicaciones, los hurtos, los falsos testimonios, las blasfemias.
Es decir, si tu corazón es malo y de éste sale lo que contamina al hombre, tu lengua se verá inevitablemente afectada, y afectará a los demás. Por un lado, estarás contaminando a otros, pero también estás dando testimonio de la contaminación que hay en tu corazón.
O dice también en Mateo 12:24
Generación de víboras, ¿cómo podéis hablar bien, siendo malos? Porque de la abundancia del corazón habla la boca.
En Luchas 6:45, Jesús nos muestra una vez más un elemento esencial relacionado con este principio.
El hombre bueno, del buen tesoro de su corazón saca lo que es bueno; y el hombre malo, del mal tesoro saca lo que es malo; porque de la abundancia del corazón habla su boca.
Por tanto, lo que entendemos en el texto de Santiago es que el problema no es sólo controlar las palabras que decimos, sino nuestra racionalidad y nuestras emociones, es decir, dominar la mente y el corazón.
Cuando hemos logrado dominar la lengua, es porque nuestro corazón ha sido cambiado, transformado y santificado. De lo contrario, mientras siga habiendo maldad en nuestro corazón y en nuestra mente, nuestra lengua seguirá diciendo y hablando maldad.
La lengua también contamina a los demás
No obstante, aunque vemos que es el corazón del hombre el que hace que la lengua hable maldad, a su vez lo que hablamos y decimos tiene unas consecuencias, de manera que el pecado de nuestra mente y corazón se retroalimenta.
Y la lengua es un fuego, un mundo de maldad. La lengua está puesta entre nuestros miembros, y contamina todo el cuerpo, e inflama la rueda de la creación, y ella misma es inflamada por el infierno. (3:6)
Mientras el corazón del hombre esté manchado por el pecado, la lengua seguirá haciendo daño porque no ha sido refrenada por el espíritu de Dios. La única manera de controlar la lengua, que viene a ser como un caballo desbocado, es cambiar al auriga (al conductor), y dejar que éste santifique nuestro corazón y nuestra mente para que también nuestra lengua pueda ser dominada.
Y no sólo eso, sino saber también cómo enfrentarnos a la contaminación del pecado que viene de fuera, de las otras lenguas, los otros corazones y las otras mentes que no edifican y por las que supura la maldad del hombre.
¿Qué podemos aprender de este texto?
Ante este texto cabe hacerse algunas preguntas.
- Si tengo problemas con la lengua o con mi manera de hablar, ¿qué es lo que eso me está diciendo sobre lo que hay en mi corazón?
- ¿Hay cosas en mi corazón que me están llenando de amargura y dolor y tengo que rendir a los pies de Cristo?
- ¿Está mi corazón completamente rendido a Dios, o dejamos que el pecado siga moviéndose a sus anchas?